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sábado, 8 de febrero de 2014

Diario de Costa Rica: Santa Teresa


Ésta es mi última noche en Santa Teresa, un pequeño pueblo surfero, situado en el sur de la península de Nicoya. Mañana dormiré en Alajuela y el domingo volveré a Madrid. Me embarga un sentimiento de nostalgia mientras escribo estas líneas.

Estos días han sido bastante tranquilos, me he dedicado a leer mucho, a pasarme horas en la playa -aunque siempre tiendo más a conservar mi pigmentación habitual y quemarme que a adquirir el  tono dorado deseado por los amantes del bronceado- sin hacer nada más que observar, darme baños ocasionales y leer.

Mi momento favorito del día ha sido el atardecer, cuando más cosas suceden en la playa.

Para los entendidos del surf aparentemente es la mejor hora (junto con el amanecer, a eso de las 6 de la mañana) del día para surfear, debido, creo, a que la marea está en su punto más alto, lo que provoca mejores olas, más fuertes (realmente no estoy muy seguro de esto, pero a esas horas se juntaban más surferos en la playa).

También están los pescadores. Suelen ser ticos en su mayoría, aunque también he reconocido a extranjeros, probablemente afincados en la zona. Se dedican a rastrear la costa en busca de pescado, con unas cañas de pescar un poco extrañas, y les he visto sacar peces cuyo tamaño me asusta y me resulta difícil de creer que puedan estar a tan pocos metros de la orilla (un día vi un pez que pesaría 10 kilos como poco, del tamaño de mi brazo).

A ellos añaden su presencia las aves, probablemente gaviotas, aunque he reconocido al menos dos especies diferentes, una de las cuales, con una vista aparentemente extraordinaria (a mí me parece imposible ver algo en aguas tan turbulentas), rastrea la superficie y, cuando avista una presa, coge altura y se lanzan en picado contra el agua en un espectáculo digno de ver.

La fauna no acaba ahí: también son dignos de ver los cangrejos ermitaños, con su pequeña casa a cuestas. Tienen un aire al doctor Zoidberg, de Futurama. Unos bichos la mar de simpáticos, con movimientos delicados, que sólo dejan su marca en la arena cuando avanzan de frente. También hay cangrejos, más grandes, en el lugar donde termina el océano y comienza la superficie terrestre, semienterrados en la arena, moviéndose solamente en la parte de la ola en que el agua se retrae de nuevo hacia el mar, también muy curiosos con su extraña forma de moverse. Desconozco a cuántos habré pisado.

A surferos, cazadores de peces -humanos y no humanos-, y resto de fauna, se les juntan: los que se reúnen en grupos y toman imperiales -la cerveza costarricense por antonomasia-, los que miran a los surferos surfear, los que llevan a sus perros a interactuar y bañarse, las parejas que contemplan cogidos de la mano al sol esconderse, los que hacen footing playero, los ticos que llevan a sus hijos a darse un chapuzón, los guiris, los ladrones de chanclas de playa... la verdad, se forma un buen batiburrillo de personajes que hacen que siempre haya algo interesante que ver.


Panorámica de la playa de Santa Teresa


El resto del día la playa suele estar más vacía y tranquila, pero a esa hora pasan cosas: simplemente dejas que tu vista se pose en aquello que más te llame la atención, y siempre hay algo: si no es un surfero torpe que da sus primeros pasos en este peligroso deporte, es uno experto cuyos movimientos contemplas con asombro. O son las aves que se dirigen en numeroso grupo quizás a otra playa. O lo que denominé la extraña pareja, ya que la visión de estos dos personajes evocó en mí la canción de Ismael Serrano: él, un señor de unos 55 ó 60 años; ella, una muchacha de poco más de 30; su lenguaje corporal, algo tenso, me hacía pensar que no eran pareja romántica, pero estaba seguro de que tampoco eran familia, y me quedé con la duda sobre la clase de relación que mantenían.

También Nathan, un americano de unos 35 años, natural de Miami, Florida pero con muchos años como residente de Oregón; con quien entablé una agradable conversación; que me recomendó que visitara su Estado la próxima vez que pasara por la zona, y que me recordó de nuevo -a veces me olvido- de por qué me gustan tanto los EEUU: no es ni por su cultura, ni por su comida, ni por su religión, ni por su estilo de vida, ninguna de las cuales me gusta mucho (aunque secretamente admitiré que adoro conducir y comer un taco mientras atravieso millas abriéndome paso entre el lento tráfico); sino por su forma de ser: tan amigable, tan abierta, casi siempre una invitación. Es algo cultural, y en España estamos a leguas de ellos en este aspecto. Enseguida hace que me sienta a gusto, nos acabamos de conocer pero me está contando sobre los Parques Nacionales y Bosques de Oregón; me habla sobre un sitio mágico, en la frontera con Washington, de unas 10 millas de duración, lleno de cataratas que merecen la pena ver; de un glaciar, de unos bosques...

A veces también coincido con Ian y Michelle, vecinos de mi Bed & Breakfast. Son de Reino Unido, él muy bebedor (algo alcohólico, diría), pero muy amigable también, y auténtico fan de los Rolling Stones -le pregunto por su canción favorita de los Stones y sufre porque no puede quedarse con solamente una-, ella algo cínica y superficial.

O con Christian, el dueño del sitio donde me alojo, un alemán con el típico perfil surfero (pelo largo, rastas y bañador de Billabong), de 37 años, 10 de los últimos los ha pasado en Costa Rica. Me cuenta historias de Tamarindo, donde viven unos cuantos caimanes, y de cómo por la noche deben de pasar sí o sí de la bahía al estuario por la playa principal de Tamarindo, pero que los caimanes son animales calmados, no agresivos como los cocodrilos (mientras me cuenta esto me digo que jamás pisaré Tamarindo). También me jura y me perjura, mientras se ríe por mi extraña insistencia, que no hay tiburones toro en la playa de Santa Teresa, y que muy raramente hay mantarrayas, que en la playa que hay al lado sí que hay más. Le pregunto si alguna vez le ha picado una y me dice que no, pero que alguna vez arrastra los pies mientras entra en la playa, un modo de avisarles de su presencia, ya que muchas veces se esconden bajo la arena (aparte de que aquí es imposible ver nada bajo el agua). Me dice que hace poco, mientras hacía surf, vio una mantarraya saltar por encima del agua para cazar un pez, e insiste en que no me preocupe demasiado por los animales del agua.

He probado el surf, cómo no, y aunque la primera clase con Geoffrey, un ecuatoriano afincado en Santa Teresa con un negocio de alquiler de tablas, no fue del todo mal, los siguientes acercamientos no han sido del todo positivos: he tragado mucha agua y un día me pegué tal golpe con el agua que acabé con mucho dolor de cabeza (y de cervicales), y una hora después todavía seguía goteando agua salada por la nariz. Decidí que el Pacífico y yo habíamos peleado lo suficiente y que me había cansado de ser su saco de arena, así que decidí dejar de lado una no muy prometedora carrera en el surf.


Yoga en el paraíso


También he hecho yoga, todos los días desde que estoy aquí, ¡en el mejor sitio del mundo! Yoav es el profesor de yoga, muy bueno. El primer día solté tensión que debía de llevar ahí años. Recuerdo que en un momento dado mi pierna empezó a literalmente vibrar, de mitad del gemelo para abajo, y así estuvo un minuto largo. Fue una sensación parecida a cuando se te duerme una parte del cuerpo, pero a la vez diferente. El segundo día me pasó algo parecido en el estómago, con pequeñas contracciones -y algunas más fuertes-. Tensión liberada, sentimientos de tristeza, incomodidad, que afloran en medio de un ejercicio... Yoav, dueño del hotel Horizon y un profesor excelente. Lástima que no diera él el yoga todos los días; ya que la otra profesora, Stephanie, hace otro tipo de yoga, más físico, posturas extrañas que ni en una película porno, cantidad de posturas frente a cualidad... coño, Steph, que quiero hacer yoga, si quisiera ir a una clase de Pilates iría a una jodida clase de Pilates!

En fin, no sé muy bien cómo he llegado hasta aquí ni cuántas cosas me he dejado de contar. Me olvido de describir el pueblo, al más puro estilo pueblo-carretera (me acabo de inventar la palabra), con una carretera principal -y única-, y todo lo demás (playa, hoteles, hostales, restaurantes, tiendas) amontonado en torno a ella; los restaurantes y sus precios elevados (bueno, todos los precios aquí son elevados), pero en fin, ha sido una experiencia interesante! Hoy he sentido pena mientras veía mi último atardecer... ¡Hasta siempre, Costa Rica!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

De Oregón conozco a dos personas que dicen q es el estado más bonito del mundo.
Praderas verdes interinables, inmensos bosques, riachuelos por todas partes etc.

Saludos.

Rami dijo...

Habia pensado en volver a Arizona/Utah ahora que conozco mejor la zona, pero estoy abierto a nuevos planes. Veremos!

Anónimo dijo...

Hola Rami , estos viajes q haces los haces solo? ,me gustaría poder hacerlos tb pero me faltan huevos o cojones como dicen ustedes para salir solo y ir por ahí , lei algo sobre miedos y es algo q yo tb tengo quizás no los mismos pero algunos sociales y creo que fueron creados por dejar el mundo exterior y entrar al poker online... podrias dejar tu skype para conversar?

Rami dijo...

Hola anónimo, sí, los viajes los hago solo la mayoría, podríamos separar a mis amigos en 3 grupos: los que no tienen dinero, los que tienen dinero pero no tiempo (o sea, todos los que no juegan al poker) y los que tienen dinero y tiempo (o sea, los profesionales del poker) pero no quieren abandonar su rutina de grindeo, o sea los putos monos que grindan demasiado...

Dejar el mundo exterior y entrar al poker online? El poker online no es lo que te aisla, del mismo modo que el poker online no es lo que hace a un ludópata serlo. Puede que las barreras que te has auto impuesto, tu confort por encima de tus ganas de socializar,... es difícil decirlo en tu caso, pero es más, gracias al poker online puedes integrarte y vivir con una comunidad de gente con tus mismos gustos e intereses y una profesión común, eso más que aislarte lo que hace es integrarte, comunidades como Faro, Bournemouth, Phuket, etc. como digo poker online y aislamiento no tienen por qué ser sinónimos.

Conversar de estas cosas por Skype? No sé qué decirte, no soy un jodido psicólogo xD La vida se escapa entre tus dedos mientras acaricias, cuidas y das mimos a tus miedos :)

Unknown dijo...

Viaje muy interesante, estoy intentando seguir tus pasos como jugador de póker con todo lo que hay aquí:

Maestros del Póker