Juega al poker en Azartia

miércoles, 23 de marzo de 2016

Relato: La piedra

¡Muy buenas!

Llevaba ya mucho tiempo con la idea de escribir algo, así que he empezado a practicar, que es algo que recomiendan en todos los manuales de escritura. De un tiempo a esta parte había notado cómo mi prosa había ido decayendo, lo corroboro cada vez que entradas del blog de hace 3, 4 años. Así que aquí estoy, intentando volver a mejorar mi escritura.

Estoy leyendo un libro titulado "Saca al escritor que llevas dentro", en el que hay infinidad de ejercicios para practicar. Este ejercicio se trataba de incluir tres frases en una historia, o bien de crear una historia a partir de tres frases sacadas al azar de un total de 16. Las tres frases al azar fueron:

“Le lanzó una piedra”
“La abrazó”
“Se despidieron”

Y el relato que surgió es el siguiente, solamente lo he repasado una vez ya que lo que quiero potenciar ahora es la imaginación, la creatividad, la capacidad de contar buenas historias, más que el estilo. ¡Espero que os guste!:






La piedra


Vista aérea del parque de El Retiro


1


Jorge y Leire eran amantes. Se conocieron meses atrás en una fiesta en casa de una amiga común de Leire y de Sonia, la novia de Jorge. La amiga en común de ambas los presentó, y Leire se sintió muy atraída por Jorge desde el primer momento. No le fue difícil conseguir su Facebook y ponerse en contacto con él poco después.

Llevaban ya 6 meses viéndose a escondidas; a veces en una pensión barata de la calle Fuencarral, otras en el propio piso de Leire, cuando su compañera de piso se marchaba a Burgos a pasar el fin de semana con sus padres. Se veían una vez por semana, normalmente los viernes, aprovechando el piso vacío de Leire y que Sonia salía tarde de trabajar. Los encuentros eran casi siempre muy apasionados y solían durar varias horas.

De hecho, con el tiempo la pasión había ido en aumento. Pero había un problema. Aunque Leire se lo negara a sí misma, notaba que se había ido enamorando de Jorge. Verle una vez por semana era claramente insuficiente, y la espera era insoportable. Cada vez llevaba peor no poder llamarle para decirle que pensaba en él, o no poder escribirle a su whatsapp y tener que esperar a que lo hiciera él primero. Le había mencionado alguna vez de pasada la posibilidad de que dejara a Sonia, suerte que él descartaba tajantemente.

Sin duda el peor momento llegaba cuando les tocaba despedirse, él ya vacío, tras terminar por última vez, ella viéndole vestirse, sabiendo que se marcharía, y peor aún, con quién pasaría la noche. Poco a poco había ido sintiendo una cada vez mayor animadversión hacia Sonia, y aunque en el fondo sabía que no tenía ningún derecho, que al fin y al cabo era ella la entrometida, eso no hacía que sintiera menos antipatía por Sonia. Alguna vez había sonado el teléfono en viernes por la tarde y era Sonia, y odiaba tener que oírles hablar, odiaba tener que oír a Jorge decirle a Sonia que la quería.

En las últimas semanas, Leire estaba tan obsesionada que había empezado a seguir a Jorge.



2


Sabía que lo que hacía estaba mal, que algún psiquiatra bien podría calificar su comportamiento como obsesivo, pero no podía evitarlo. Jorge le había contado varios de los planes que les gustaban hacer a Sonia y a él, y muchas veces acudía a los lugares donde creía que podría encontrarlos.

Aquel domingo Sonia y Jorge estaban paseando por el Retiro. Era uno de sus planes favoritos de los domingos por la mañana, echar un ojo a los puestos y tal vez comprar alguna baratija en el Rastro, y después pasear tranquilamente por el Retiro observando a los patos, y, si el tiempo acompañaba, dar un paseo en barca por el lago. Leire lo sabía, y allí se encontraba. No era la primera vez que los seguía por el Retiro, a una distancia prudente, escudriñando sus caras en la distancia, imaginando sus conversaciones. Tal vez ella le dijera que en los últimos meses lo veía algo distante, le preguntara si todo iba bien entre ellos, y quizás él la calmaría, asegurándole que no pasaba nada, que la quería.

Pensar en esas cosas mientras los veía juntos, sonriéndose, totalmente ajenos a su presencia, le hacía sentirse enferma, ninguneada. Y aquella mañana se notaba especialmente encendida mientras los vigilaba, paseando juntos por los caminos de el Retiro. Pero lo que Leire desconocía era que Jorge tendría que irse antes de tiempo, coger un taxi hacia Vallecas, y acudir a comer a casa de su madre, sin Sonia. Porque, y esto sí que lo sabía Leire, la madre de Jorge detestaba a Sonia. No es que hubiese hecho méritos para ganarse su enemistad, no; lo cierto era que la madre de Jorge, y por algún motivo que a él se le escapaba, siempre se había mostrado así con todas las novias que había tenido, y Sonia no era una excepción. Y en realidad no era muy diferente con el resto del mundo, él lo sabía y trataba de pasar el trago lo mejor posible: comería con ella, y por la tarde él y Sonia volverían a verse de nuevo.

Pero cuando se despedían ocurrió algo extraordinario.



3


Se habían dado un beso en los labios, así era como solían despedirse, y él se dirigía ya hacia la puerta Sur de el Retiro con la intención de parar un taxi. Pero cuando ya se estaba dando la vuelta, la miró. Fue solamente un instante. Pero no sólo la miró, sino que la vio.

Vio a aquella chica simpática y de risa fácil de la que se había enamorado años atrás. La vio desnuda, en su cama, todo belleza y sensualidad mirándole con ojos brillantes. La vio cuidándole cuando había tenido aquella gripe tan fea, dejando de ir a la Universidad para quedarse con él. También la vio en los innumerables viajes que habían hecho por todo el mundo, como el road trip por Estados Unidos, turnándose al volante de aquel Mustang descapotable y haciendo el amor en los moteles de una decena de Estados. Y por supuesto la vio en la cama, dormida, cuando llegaba tarde de la timba de poker con sus amigos y la despertaba acariciándola, y a ella no le importaba, y él le preguntaba qué serie había visto, y ella le preguntaba si había vuelto a ganar.

La vio en un instante, y vio todo eso y mucho más, y en ese momento lo supo. Supo que nunca más volvería a ver a Leire, que no podía seguir viviendo aquella mentira. Sospechaba que Leire no se lo tomaría muy bien (en los últimos tiempos la notaba algo rara), pero tendría que arriesgarse. No podía seguir engañando a Sonia.

Mientras veía todo esto, las lágrimas empezaron a correr por su rostro y su barba de tres días, aunque Sonia le miraba con cara de no comprender. Se dirigió hacia ella y la abrazó, la abrazó como nunca lo había hecho. Ella seguía sin entender muy bien lo que estaba pasando, pero quizás a un nivel inconsciente lo sintió. Porque le devolvió el abrazo y las lágrimas también fluyeron por su rostro, y así estuvieron un minuto, él llorando, ella también.



4


Tal vez su imaginación la engañara, tal vez aquello fuese demasiado para Leire, pero su cara había adquirido un tono rojizo, sus facciones contraídas, y se dijo que no podía seguir soportando aquella escena.

Gritó: “¡Noooo!”, al tiempo que les lanzaba lo primero que encontró a mano, que resultó ser una piedra del tamaño de una manzana, tirada en el suelo junto a los setos tras los que se escondía.

La piedra no hizo objetivo, que eran las cabezas de la pareja, pero acertó en la espalda de Jorge, que soltó un grito al tiempo que se retorcía de dolor.

Y en el instante en que se giraron, con rostros de confusión, buscando la fuente de aquel proyectil, la reconocieron. Jorge instantáneamente, a Sonia le costó un poco más. Pero en ese momento algo se encendió en el rostro de Sonia. Un montón de cosas empezaron a cobrar sentido.


Lo supo.