No tienes planes para la tarde, no tienes nada que hacer
hasta tu viaje de vuelta, al día siguiente, a ese lugar al que acostumbras a
llamar hogar; pero estás abierto a un futuro sin expectativas prefijadas y
empaquetadas, y surge una idea.
Llevar a cabo la idea es como una darte una ducha de agua
fría: puedes darle todas las vueltas que quieras, verlo desde todos los ángulos
posibles, considerar los pros y contras hasta que se sequen los océanos y se
apague el sol, pero al final sólo hay y habrá una cosa que realmente puedes
hacer: lanzarte al agua cortante, que arrasará con tu sensación de comodidad y
te despejará los sentidos.
Tras cierta deliberación te das cuenta de que lo único que puedes y quieres hacer es meterte de lleno, y te marchas al parque. Es una larga caminata, y además te orientas muy mal, por lo que agradeces al creador de tu móvil, que en paz descanse, una aplicación que te permite no perderte tan fácilmente como acostumbras cuando vas al volante.
Tras cierta deliberación te das cuenta de que lo único que puedes y quieres hacer es meterte de lleno, y te marchas al parque. Es una larga caminata, y además te orientas muy mal, por lo que agradeces al creador de tu móvil, que en paz descanse, una aplicación que te permite no perderte tan fácilmente como acostumbras cuando vas al volante.
Comienza la ascensión: ves muchas columnas, majestuosas, que
te recuerdan una mítica escena de una trilogía fantástica que has visto muchas
veces. No puedes dejar de asombrarte viendo la vida transcurrir: los niños
jugar, las madres preocuparse por los niños, los amigos reunirse, los turistas
fotografiar,… Ves parejas de adolescentes, cogidos de la mano, besarse y
hacerse promesas de amor eterno, ves pájaros de un verde casi tropical volar a
escasos metros de ti, y oyes a un padre inculcar el juego de posición a su hijo,
que, quién sabe, tal vez en unos años esté jugando en el equipo de sus ídolos
ante 90.000 espectadores: “¡Ábrete a la banda, Josep!”. Pero sobre todo te
deleitas con el regalo a los sentidos que es el parque, y con sus vistas, de la
ciudad y también de ese mar en que tantas veces te has sumergido.
Te tomas un zumo de naranja fumando un cigarrillo y te
quedas extasiado ante tanta belleza y sencillez, mientras comienza a anochecer.
Están bajando las temperaturas; no tanto como en el clima continental de tu
ciudad de origen, pero sí lo suficiente para que decidas marcharte. Ponderas la
opción del taxi, pero acabas pasando de largo el parking de los taxistas.
Mientras regresas caminando, aparece un pensamiento: la
semilla de algo… necesitas expresar de algún modo toda esa belleza, y comienzas
a darle forma en tu mente. Por el camino, aparecen dos regalos: el primero es un
chocolate con media docena de churros, un sabor, un calor, que llevabas tiempo
queriendo recordar, y el otro, al pasar por delante de un supermercado de congelados
La Sirena, es el de un recuerdo
agradable: el de aquellos tiempos, años atrás, en que comprabas los productos congelados
más baratos y en que necesitabas paciencia e ingenio para ser capaz de
meterlos todos en aquella diminuta nevera, y recuerdas esa época con una sonrisa
benevolente.
Llegas a tu hotel, y terminas de escribir estas líneas
mientras te acabas tu chocolate con churros a la espera de nuevas aventuras,
quizás en otra ciudad, otro país, otro continente…