¡Muy buenas!
Llevaba ya mucho tiempo con la idea de escribir algo, así que he empezado a practicar, que es algo que recomiendan en todos los manuales de escritura. De un tiempo a esta parte había notado cómo mi prosa había ido decayendo, lo corroboro cada vez que entradas del blog de hace 3, 4 años. Así que aquí estoy, intentando volver a mejorar mi escritura.
Estoy leyendo un libro titulado "Saca al escritor que llevas dentro", en el que hay infinidad de ejercicios para practicar. Este ejercicio se trataba de incluir tres frases en una historia, o bien de crear una historia a partir de tres frases sacadas al azar de un total de 16. Las tres frases al azar fueron:
“Le lanzó una piedra”
“La abrazó”
“Se despidieron”
Y el relato que surgió es el siguiente, solamente lo he repasado una vez ya que lo que quiero potenciar ahora es la imaginación, la creatividad, la capacidad de contar buenas historias, más que el estilo. ¡Espero que os guste!:
La piedra
1
Jorge y Leire eran amantes. Se
conocieron meses atrás en una fiesta en casa de una amiga común de
Leire y de Sonia, la novia de Jorge. La amiga en común de ambas los
presentó, y Leire se sintió muy atraída por Jorge desde el primer
momento. No le fue difícil conseguir su Facebook y ponerse en
contacto con él poco después.
Llevaban ya 6 meses viéndose a
escondidas; a veces en una pensión barata de la calle Fuencarral,
otras en el propio piso de Leire, cuando su compañera de piso se
marchaba a Burgos a pasar el fin de semana con sus padres. Se veían
una vez por semana, normalmente los viernes, aprovechando el piso
vacío de Leire y que Sonia salía tarde de trabajar. Los encuentros
eran casi siempre muy apasionados y solían durar varias horas.
De hecho, con el tiempo la pasión
había ido en aumento. Pero había un problema. Aunque Leire se lo
negara a sí misma, notaba que se había ido enamorando de Jorge.
Verle una vez por semana era claramente insuficiente, y la espera era
insoportable. Cada vez llevaba peor no poder llamarle para decirle
que pensaba en él, o no poder escribirle a su whatsapp
y tener que esperar a que lo hiciera él primero. Le había
mencionado alguna vez de pasada la posibilidad de que dejara a Sonia,
suerte que él descartaba tajantemente.
Sin duda el peor momento llegaba cuando
les tocaba despedirse, él ya vacío, tras terminar por última vez,
ella viéndole vestirse, sabiendo que se marcharía, y peor aún, con
quién pasaría la noche. Poco a poco había ido sintiendo una cada
vez mayor animadversión hacia Sonia, y aunque en el fondo sabía que
no tenía ningún derecho, que al fin y al cabo era ella la
entrometida, eso no hacía que sintiera menos antipatía por Sonia.
Alguna vez había sonado el teléfono en viernes por la tarde y era
Sonia, y odiaba tener que oírles hablar, odiaba tener que oír a
Jorge decirle a Sonia que la quería.
En las últimas semanas, Leire estaba
tan obsesionada que había empezado a seguir a Jorge.
2
Sabía que lo que hacía estaba mal,
que algún psiquiatra bien podría calificar su comportamiento como
obsesivo, pero no podía evitarlo. Jorge le había contado varios de
los planes que les gustaban hacer a Sonia y a él, y muchas veces
acudía a los lugares donde creía que podría encontrarlos.
Aquel domingo Sonia y Jorge estaban
paseando por el Retiro. Era uno de sus planes favoritos de los
domingos por la mañana, echar un ojo a los puestos y tal vez comprar
alguna baratija en el Rastro, y después pasear tranquilamente por el
Retiro observando a los patos, y, si el tiempo acompañaba, dar un
paseo en barca por el lago. Leire lo sabía, y allí se encontraba.
No era la primera vez que los seguía por el Retiro, a una distancia
prudente, escudriñando sus caras en la distancia, imaginando sus
conversaciones. Tal vez ella le dijera que en los últimos meses lo
veía algo distante, le preguntara si todo iba bien entre ellos, y
quizás él la calmaría, asegurándole que no pasaba nada, que la
quería.
Pensar en esas cosas mientras los veía
juntos, sonriéndose, totalmente ajenos a su presencia, le hacía
sentirse enferma, ninguneada. Y aquella mañana se notaba
especialmente encendida mientras los vigilaba, paseando juntos por
los caminos de el Retiro. Pero lo que Leire desconocía era que Jorge
tendría que irse antes de tiempo, coger un taxi hacia Vallecas, y
acudir a comer a casa de su madre, sin Sonia. Porque, y esto sí que
lo sabía Leire, la madre de Jorge detestaba a Sonia. No es que
hubiese hecho méritos para ganarse su enemistad, no; lo cierto era
que la madre de Jorge, y por algún motivo que a él se le escapaba,
siempre se había mostrado así con todas las novias que había
tenido, y Sonia no era una excepción. Y en realidad no era muy
diferente con el resto del mundo, él lo sabía y trataba de pasar el
trago lo mejor posible: comería con ella, y por la tarde él y Sonia
volverían a verse de nuevo.
Pero cuando se despedían ocurrió algo
extraordinario.
3
Se habían dado un beso en los labios,
así era como solían despedirse, y él se dirigía ya hacia la
puerta Sur de el Retiro con la intención de parar un taxi. Pero
cuando ya se estaba dando la vuelta, la miró. Fue solamente un
instante. Pero no sólo la miró, sino que la vio.
Vio a aquella chica simpática y de
risa fácil de la que se había enamorado años atrás. La vio
desnuda, en su cama, todo belleza y sensualidad mirándole con ojos
brillantes. La vio cuidándole cuando había tenido aquella gripe tan
fea, dejando de ir a la Universidad para quedarse con él. También
la vio en los innumerables viajes que habían hecho por todo el
mundo, como el road trip por Estados Unidos, turnándose al
volante de aquel Mustang descapotable y haciendo el amor en los
moteles de una decena de Estados. Y por supuesto la vio en la cama,
dormida, cuando llegaba tarde de la timba de poker con sus amigos y
la despertaba acariciándola, y a ella no le importaba, y él le
preguntaba qué serie había visto, y ella le preguntaba si había
vuelto a ganar.
La vio en un instante, y vio todo eso y
mucho más, y en ese momento lo supo. Supo que nunca más
volvería a ver a Leire, que no podía seguir viviendo aquella
mentira. Sospechaba que Leire no se lo tomaría muy bien (en los
últimos tiempos la notaba algo rara), pero tendría que arriesgarse.
No podía seguir engañando a Sonia.
Mientras veía todo esto, las lágrimas
empezaron a correr por su rostro y su barba de tres días, aunque
Sonia le miraba con cara de no comprender. Se dirigió hacia ella y
la abrazó, la abrazó como nunca lo había hecho. Ella seguía sin
entender muy bien lo que estaba pasando, pero quizás a un nivel
inconsciente lo sintió. Porque le devolvió el abrazo y las lágrimas
también fluyeron por su rostro, y así estuvieron un minuto, él
llorando, ella también.
4
Tal vez su imaginación la engañara,
tal vez aquello fuese demasiado para Leire, pero su cara había
adquirido un tono rojizo, sus facciones contraídas, y se dijo que no
podía seguir soportando aquella escena.
Gritó: “¡Noooo!”, al tiempo que
les lanzaba lo primero que encontró a mano, que resultó ser una
piedra del tamaño de una manzana, tirada en el suelo junto a los
setos tras los que se escondía.
La piedra no hizo objetivo, que eran
las cabezas de la pareja, pero acertó en la espalda de Jorge, que
soltó un grito al tiempo que se retorcía de dolor.
Y en el instante en que se giraron, con
rostros de confusión, buscando la fuente de aquel proyectil, la
reconocieron. Jorge instantáneamente, a Sonia le costó un poco más.
Pero en ese momento algo se encendió en el rostro de Sonia. Un
montón de cosas empezaron a cobrar sentido.
Lo supo.
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